viernes, 28 de mayo de 2010

La muerte escandalosa


La muerte se sitúa en el umbral…Es el rasgo más humano y cultural del ántropos…en sus actitudes y creencias se distingue claramente del resto de los seres vivos”

Edgard Morin

Vanessa Vilches Norat

De pequeña me horrorizó saber que los caciques taínos eran enterrados con sus mujeres vivas. No podía conciliarme con la idea de que la mujer del cacique no tratara de escapar de su destino. Si me parecía absolutamente salvaje el rito, la aceptación de éste me indignaba. Me costó muchísimo entender la estrecha relación que hay entre el acto funerario y la vida, saber que la manera en que se interactúa con la muerte traduce la cultura. Los ritos funerarios junto al lenguaje, como ha señalado la antropología, son el signo visible de nuestra hominización. Somos humanos porque hablamos y porque enterramos a nuestros muertos. La conciencia de la muerte y de nuestra finitud la evidencia el rito mortuorio.

Los actos funerarios representan además la institucionalización de la muerte y la separación simbólica del muerto de su comunidad. Los inventamos para conciliarnos de la muerte, de nuestra finitud y del dolor que nos produce separarnos de nuestros queridos. He aprendido que los actos mortuorios son para quienes nos quedamos, es la forma digna de procesar el duelo. Aunque siempre parecemos complacer “la voluntad” del muerto, poco le importará al que ya no está el paradero de su cadáver.

La controversia sobre las nuevas modalidades de velorios en Puerto Rico apunta a la centralidad de la muerte en la cultura. En agosto de 2008 la funeraria Marín Funeral Home colocó parado el cadáver embalsamado de Ángel Luis Pedrito Pantojas en la sala de la casa de la abuela. Se necesitó amarrarlo a la pared por la cintura, el torso y la cabeza para lograr tan estrafalaria pose. Aseguran los familiares que esa fue la voluntad expresa del muerto, quien había dejado pago su velorio y estipulado los detalles del mismo. Ángel no quería que lo vieran en un ataúd sino parado en su casa.

El pasado mes de abril también asistimos a otro extravagante velorio. El cadáver del joven mensajero David Morales fue colocado sobre una motocicleta, haciendo honor a su oficio. Esta vez fue su tío quien hizo los arreglos funerarios que han escandalizado al país. No perdamos de vista el cambio de signo que imponen éstos velorios.

Señalan los dueños de la Marín Funeral Home, que desde el velatorio de Pantojas han recibido muchísimas peticiones extravagantes: cadáveres parados, montados en motoras o en carros. Por el periódico supimos que el ufólogo Reinaldo Ríos se presentará ante un notario público para dejar por escrito su último deseo: un velatorio al estilo espacial. Quiere Ríos un ataúd con cúpula de cristal o plástico y base circular u ovalada, que simule un objeto volador no identificado. A mí se me ocurre que lo mejor de la muerte es el descanso garantizado, pero sin duda, la pose horizontal se ha ido abandonando.

El muerto parao y el motociclista han escandalizado a buena parte de los puertorriqueños. Tanto que se ha pedido que el Estado intervenga en la regulación de éstos “velatorios escandalosos”. Exige la Cámara de Dueños de Funerarias de Puerto Rico que como: “El Estado es en última instancia el guardián y custodio de las buenas costumbres y tradiciones que se pueden desarrollar en el diario vivir de los pueblos” se realice una investigación sobre la calidad y los costos de los servicios funerarios en la Isla. El pie de la pesquisa es la supuesta insalubridad de estos nuevos embalsamamientos. Se cuestiona el procedimiento que utilizó la funeraria Marín Funeral Home para mantener ambos cadáveres en poses ¿tan deshonestas? y la adecuada disposición de los líquidos y sustancias tóxicas de los cuerpos. El legislador Jorge Navarro propulsa un proyecto de ley que pretende establecer más regulaciones para los actos fúnebres. A juzgar por el debate, la punta de lanza es la posición de los cadáveres.

¿En qué ofenden a la moral y costumbres puertorriqueñas esos cadáveres? En ser objetos perturbadores por disonantes. Perturba que un muerto pretenda estar vivo. Los cadáveres nos impactan por su semejanza a nosotros. ¿Qué hacer con un cadáver que no yace sino que exhibe una falsa vitalidad? Parecería que se nos asemeja aún más, ¿de ahí el miedo? ¿O acaso será lo contrario, que el simulacro de vida los hace mucho más muertos? Me pregunto si el asombro no es mera cuestión de gusto, siempre determinado por la clase social del observador. Según la sensibilidad moderna, la muerte y la enfermedad deben callarse, esconderse. La dignidad ante el fin de la vida, exige discreción. La muerte y la enfermedad avergüenzan, por lo tanto se censuran, se esconden. El interdicto cultural moderno establece, ante todo, evitar a la comunidad el malestar y la emoción intensa de la muerte. Llevamos a nuestros moribundos al hospital; a nuestros muertos a la funeraria.

Estos cadáveres jóvenes hacen de la muerte cosa pública. Se espera. Se organiza. Se planifica. Se diseña. Se exhibe. Se presencia. Acá, la muerte está muy lejos de ser silenciosa, de pretender ser ese sueño que transporta al más allá. Lo escandaloso no debería ser la posición del cadáver en el velorio , sino la juventud de los cadáveres. Decía Iris Marín, la embalsamadora de ambos cuerpos, que el 40 por ciento de los velorios que prepara su funeraria son de jóvenes entre las edades de18 a 24 años.

Parecería que los jóvenes puertorriqueños se inmortalizan a través de sus velorios. Saben que no tendrán vida para lograr obra, por eso buscan la inmortalidad en el ritual funerario. El velorio es más que un monumento a la vida, es el consuelo de su vida. Así lo verbaliza la prima de Pantojas: “Logró lo que él quería. Está muerto pero haciendo historia”.

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