jueves, 12 de abril de 2012

Las certezas del profesor Teeuw


Por Mari Mari Narváez

Me conmueven los científicos cuando salen de sus laboratorios para anunciar hecatombes sobre las cuales tienen tantas certezas como incertidumbres. “Ocurrirán cosas terroríficas”, aseguran, y cuando parece que se darán la vuelta para regresar a sus cálculos y fórmulas, levantan el dedo índice levemente como quien recién recuerda un detalle importante, y lanzan su último comentario:
“Es inminente que ocurrirán. Lo que no sabemos cuándo”.

Básicamente eso dijo el profesor británico Richard Teeuw recientemente al avisar sobre la enorme posibilidad de que haya un tsunami en el Caribe: “El detonante probablemente será un gran terremoto tras la temporada de huracanes, que trae fuertes lluvias y una gran erosión costera”. El Inglés explicó que esto ocurriría como consecuencia de un terremoto que anteriormente causó el colapso del antiguo flanco del volcán Morne aux Diables.“Ese terremoto fue probablemente mucho más violento que cualquier otro ocurrido históricamente en el área en torno a Dominica. Si fue así, esto tiene implicaciones muy graves, porque incrementa la posibilidad de un catastrófico tsunami en el Caribe”.

El señor Teeuw subraya su incertidumbre en los momentos más tensos de la noticia, cuando asegura que esto “podría pasar dentro de cien años, o la próxima semana”.

Siempre que los señores científicos hacen una aseveración atroz, de inmediato añaden: “No hay que ser alarmistas” (es una cita del profesor Teeuw quien, en este punto, comienza a demostrar una nueva e inaudita ligereza al hablar). “No hay que pensar en un gran tsunami que alcanzará todo el Caribe”, continúa diciendo, como si a estas alturas pudiera prevenir el pánico. “La isla de Guadalupe actuaría como un frontón y el único efecto añadido podría ser una vuelta de las olas a Dominica”.

En este momento, ya me he comido las uñas y arrancado varios mechones de pelo de raíz. Él lo dice como quien, de hecho, vive a miles de millas de distancia de Guadalupe. Es más, lo dice casi como si Guadalupe no existiera o no fuera a circular esta nota de cable por las páginas de sus diarios. En fin, que después que Guadalupe y Dominica queden destrozadas, todo seguirá muy bien. No entiendo nada pero tampoco es el propósito de esta columna llegar a comprender la compleja psíquis de un geólogo francés. Que diga, inglés.

Estas son aparentemente las circunstancias. O mejor dicho, nuestras circunstancias (que no las del profesor Teeuw). Bien.

He sentido tres temblores fuertes en los últimos meses. En el primero, me metí debajo de la cama. Mientras escuchaba las ventanas retumbando y llamaba a mis familiares para despedirme, me percaté de que podía caer al primer piso de la casa, fracturarme gran parte de mi cuerpo, y tanto la cama como el techo del segundo piso me caerían encima de todos modos.
En el segundo temblor, salí corriendo al patio trasero, que queda junto a un barranco. Allí parada, me preocupó que la casa se nos cayera encima. En el tercero, por aquello de variar la táctica, corrí escaleras abajo, salí frente a la casa y me metí dentro del carro, donde seguramente también podría caerme encima, si no la casa, al menos varios árboles gigantes que la rodean. Ni hablar de los cables eléctricos.

El asunto es que aquí nadie sabe lo que tendría que hacer en caso de un terremoto, empezando por mí, y a pesar de que he buscado compulsivamente información por Internet cada vez que he sentido la tierra moverse. Hasta he llegado al absurdo de pensar que la razón por la que el Gobierno no mueve un dedo por educarnos sobre los pasos a seguir en caso de un terremoto, es porque tal vez no existan tales pasos. Mientras más analizo lo que debería hacer ante una tragedia natural como ésta, más sospecho que será sólo cuestión de suerte pues todas las alternativas me parecen malas. Ni hablar de ese mito de pararse debajo del marco de una puerta. Lo siento, pero no confío. (Nadie nunca ha podido explicarme la lógica de esta medida).

De todos modos, sí tenemos certeza de algo, y es que los servicios de emergencias en Puerto Rico van de mal en peor. El otro día fallecieron dos hombres ahogados en Playa Escondida, Fajardo. La novia de uno de ellos por poco se ahoga también pero pudo liberarse de la corriente marítima que la había atrapado al igual que a su novio y su amigo. Se salvó ella sola, me lo contó un grupo de amigos que se encontraba allí y que fueron los responsables de llamar al 911. Sin embargo, los rescatistas del Gobierno se adjudicaron ante la Prensa el haberle salvado la vida a la joven. Mintieron, no sé con qué propósito.

Cuando la primera unidad llegó a la playa, la muchacha ya estaba fuera. También llegaron tarde. Tardísimo. Y sin los instrumentos adecuados para rescatar gente en el mar. De hecho, la lancha y el helicóptero llegaron una hora después de la llamada, tan sólo a tiempo para recoger uno de los cadáveres (el otro no apareció sino hasta varios días después).

Fueron los paramédicos los primeros en llegar a la escena, treinta minutos después de la llamada al 911 y tras haber llamado de vuelta un par de veces preguntando si los pacientes “se encontraban fuera del agua pues nosotros no podemos mojarnos”.
Cuando finalmente llegaron, a pesar de que eran varios, lamentablemente eran todas personas obesas o en sobrepeso, y apenas podían caminar por la playa pues carecían de la agilidad y condición física para ello. Los paramédicos llegaron a tiempo para observar cómo los dos hombres terminaban de ahogarse. Ninguno se tiró al agua. Quienes único lo hicieron fueron unos empleados de Recursos Naturales que, con una soga y una tabla, se tiraron con todo y mahones (lo que dificulta su movimiento en el agua) pero no pudieron dar con los hombres pues sus cabezas ya no se veían.

Mis amigos, traumatizados, me revelaron sus fuertes sospechas de que, si nosotros los ciudadanos no estamos preparados para un terremoto o tsunami, mucho menos lo están los servicios de emergencias del País.

Ante esta brutal certeza, me pregunto qué tendría que decir el profesor Teeuw.

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