miércoles, 24 de agosto de 2011

Lo duro que es ser Humphrey Bogart


Sofía Irene Cardona


Es curiosa su foto de 1949, por el fotógrafo Yousuf Karsh: cigarillo en mano, mira al cielo con los ojos apenados bajo su frente amplia. Dan ganas de ir a abrazarlo, pobrecito. El mundo parece que se le viene encima, pero no, él saldrá airoso al final, seguro. No en balde lo imitaba el ingenioso y frentudo canario Piolín, simpre victimario del inocentón gato Silvestre, mi primer contacto con Bogart.

Hay varias versiones de la historia de su cicatriz, como varias fechas para su nacimiento, por obra y gracia de las manipulaciones de los estudios de Hollywood, según cuentan los biógrafos. La cicatriz sobre su labio podría haber sido producto de un honroso incidente de guerra, una torpeza de soldado incauto, un golpe del padre castigador. Épica. comedia o drama, la cicatriz de Humphrey Bogart se disimula en su rostro pero no en su leyenda, como parte de su indumentaria heroica: traje, sombrero, gesto, cigarillo, misterioso pasado. Algo debían inventarse para un hombre que vendría a encarnar uno de los más populares arquetipos de masculinidad en el siglo xx.

El mayor encanto de Humphrey, al menos el que más continuidad tiene en los personajes masculinos de imaginación, es, precisamente, el carácter de hombre misterioso y duro, el cínico que, sorpresivamente, y en el mejor momento de la historia, muestra su lado noble, casi cruzando el límite de lo masculino: el tipo que ilumina con su inesperada ternura la última escena.
Su carácter era perfecto para el cine de entonces: un liberal que detestaba las pretensiones, el falso glamour y la fanfarria del espectáculo, un rebelde elegante que, a pesar de desafiar el comportamiento convencional y la autoridad, lucía nítidos modales, como todo un señorito. Algunos llegarían, sin embargo, a tildarlo de flojo en época del macartismo, pues, después de un primer gesto de solidaridad, reculó a la hora de la verdad y se distanció de sus colegas comunistas para asegurar su lugar en Hollywood, como tantos otros. Para ser héroe, en la vida real, se necesita más que el gesto y la indumentaria.

Como buen hombrecito, mantuvo siempre fama de jaquetón, aparentemente muy a su pesar; así dice: I can't get in a mild discussion without turning it into an argument. There must be something in my tone of voice, or this arrogant face - something that antagonizes everybody. Nobody likes me on sight. I suppose that's why I'm cast as the heavy. La fabricación de su persona parece haber mezclado historia, actuación e imitación de hombres terribles de su época, como el famoso Baby Face Nelson, un bandido colérico que mataba a troche y moche como los bigshotes de nuestros barrios, pero que, paradójicamente (a juicio de sus biógrafos), era un devoto padre de familia que cargaba con sus hijos y su mujer hasta cuando andaba fugado por el quinto infierno. Este personaje histórico fue el que le sirvió de modelo para los gángster que lo llevaron, finalmente, a moldear el equívoco carácter de hombre duro y vulnerable que se convirtió en arquetipo del mismo Bogart. Así pues, Bogart se forjó como el arquetipo del hombre atribulado, cínico, vulnerable, honrado y encantador al que le sigue toda una caterva de héroes masculinos del cine contemporáneo.

Lo irónico es que no vivió lo suficiente para ayudar a hacerse hombre a su primogénito, Stephen, su hijo mayor, que lo recuerda muy vagamente. A los cincuenta y siete años, un cáncer acabó con él. La vida de un alcohólico fumador suele ser corta. El hijo escapó de la familia y del escrutinio que traía su nombre. What a shadow to live in, le dice un entrevistador. El hijo lo recuerda, de hecho, como una sombra y según salía en las películas: con la misma indumentaria, los mismos gestos. A los ocho años se confunden las cosas. Sin embargo, está seguro de que aquel que aparece en la pantalla es genuinamente él, así mismito. El propio Humphrey habría dado la clave de este fenómeno al hablar de la necesidad de verdad en la actuación: “An actor needs something to stabilize his personality, something to nail down what he really is, not what he is currently pretending to be.” Bogart siempre es Bogart.

Ya mayor, después de pasar por los duros años de adolescencia y juventud, el hijo, atribulado por no haber conocido a su padre, decidió investigar su biografía y averiguar quién había sido realmente. Como tantas búsquedas del padre, después de un largo viaje por documentos y testimonios, Stephen terminó por descubrir que era más parecido a su progenitor de lo que él sospechaba, como si siempre hubiera estado allí.

Y tal vez siempre estuviera. Era casi como mirarse en el espejo.

Al menos él, como pocos, pudo reconstruir a retazos el carácter de un padre soñado, hecho más de figuraciones e historias ajenas, que de memorias propias y verdaderas, y, como buen espectador de cine, decidió creer lo que veía.

Lo que nunca sospechó Stephen Bogart fue que muchos otros espectadores también fueron hijos del feo pero sublime Bogart: una raza de varones desencantados que desearían, sobre todo, reivindicar su dureza en un último instante, con un acto sorpresivo de nobleza. Por lo visto, parece decir el fantasma del padre ausente, también es duro ser un hombre como Dios manda, hasta para el mismísimo Bogart.

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