lunes, 19 de septiembre de 2011

La penúltima travesía del almirante



Sofía Irene Cardona

La cara triste y manchada del personaje lleva tantos años sufriendo, dando tumbos por ahí, que tal vez no reconozca jamás su cuerpo. De vez en cuando sale a la luz, como una culpa secreta. De Cataño a Aguadilla, de Aguadilla a San Juan, podría escribirse la crónica de este cuerpo destrozado, como el rompecabezas de nuestro travieso presente.

No quieren ponerla en un lugar discreto. Tiene que ser, dice un alticolocado, “un lugar donde se pueda apreciar”. Se consideran para su emplazamiento el campo de golf (el antiguo vertedero, cómo no, sería apropiado), la laguna del Condado (como un remedo de la Estatua de la Libertad), la emblemática isla de Desecheo.

Los residentes de Moscú, mientras tanto, están locos por desterrar la estatua de Pedro el Grande de las aguas de su río. Ahora domina la línea del cielo moscovita, como dominaría la nuestra, para espanto de los recién llegados a Isla Verde, la estatua de Colón erguida sobre las aguas de la Laguna.

No sé si es la misma cabeza, pero se rumora que uno de los diez adefesios más horribles del mundo, el monumento naval al Zar Pedro el Grande, era originalmente una estatua de Colón que fue rechazada por Estados Unidos y España en 1992.

Dicen las malas lenguas que el ridículo monstruo que domina la línea del cielo moscovita desde 1998, fue originalmente un monumento al Almirante, supuestamente comisionado por los Estados Unidos y España para conmemorar el Quicentenario. Al parecer, el conjunto monumental era tan colosalmente espantoso, que los encargados rechazaron gentilmente el honor, ahorrándose grandes cantidades de dinero y muchos quebraderos de cabeza. Sin amilanarse por el rechazo internacional, el polémico escultor Zurab Tsereteli, se agenció otra comisión conmemorativa en Moscú, decapitó a Colón y colocó en su lugar la cabeza de Pedro el Grande. ¡Voilà! La figura del Zar, vestido de guerrero romano sobre tres calaveras, se colocó en medio del Río Moscova para celebrar los tres siglos de la fundación de la Marina Rusa en la ciudad que el dignatario había rechazado toda su vida. La oposición ciudadana fue tal, que un grupo radical, opuesto al entierro de Lenin, aprovechó el malestar popular para intentar volar el monumento al Zar con tres kilos de dinamita.

El escultor no es poca cosa. Zurab Tsereteli, presidente de la Academia de Artes de Rusia, cuenta, sin embargo, con una lamentable reputación de artista chapucero que, a decir de algunos, se ha dedicado a afear la ciudad de Moscú con sus terribles y grotescos figurines. Los artistas de New Jersey se refieren a él como “one of the world's blantant self-promoters” que le ha regalado homenajes de bronce hasta a Teresa de Calcuta. Para coronar su historia, se rumora que hasta algo tiene que ver con los alocados planes de un Disneyland ruso.

Tsereteli, acostumbrado a mercadear los productos de su imaginación desaforada, se las agenció para ofrecerles a varias administraciones el action figure que le sobraba del conjunto del Zar. Cuentan que cinco estados americanos rechazaron al Colón de Tsereteli por “monstruoso” y “coloso desproporcionado”, según dicen los documentos, hasta que, como saben, por piruetas del destino, uno de nuestros alcaldes, maravillado por las artes seductoras del mercader de bronces, se trajó de Rusia el souvenir del gigantesco Colón para dominar el skyline de Cataño.

Ya recordarán la historia de los tropiezos del desarticulado monumento. Varias veces ha amenazado con erguirse sobre el horizonte en distintos puntos de la isla. Hace poco se discutía la ubicación de la estatua desmembrada y parecía que, contario a los críticos ciudadanos moscovitas, varios políticos del patio consideraban el monumental adefesio un beneficio para su región.

El veterano escultor, sobreviviente del sistema comunista y muy amigo del alcalde de Moscú, conoce bien la necesidad de descollar que tienen algunos políticos: posar para la foto, grabar en letras de acero su firma, nombrar alguna calle, menganito was here. Y estamos en año pre-eleccionario. Hay que levantar algo grande, ya.

Rebuscando el espacio virtual, a ver si encontraba pistas del personajillo en cuestión, di con una entrevista publicada en Uruguay en la que Tsereteli anunciaba hace unos días, con bombos y platillos y sin asomo de dudas, la futura colocación de la polémica pieza en Puerto Rico a comienzos del 2012. Las razones que daba para el atraso eran, además de confusas, dignas de una novela de espionaje: que si había traído a Colón en piezas empacadas por separado, que si la aduana sospechaba contrabando de oro, que si falsas acusaciones contra él, que si infinitas revisiones, que si mucho tiempo perdido. En fin, nada decía del Amolao y los tropiezos del pobrecito Colón en aquella islita perdida en el mapa.

Nada decía tampoco del costo del ensamblaje, pero aseguraba que estaría aquí para atender el asunto personalmente: “Son 2.200 detalles, la estatua alcanza la altura de un edificio de 40 plantas.”

Saquen cuenta, queridos ciudadanos. ¡Artistas de Puerto Rico, alcen sus cabezas! ¡Pronto se levantará Colón sobre el cielo borinqueño! Según averigüé, los moscovitas están decididos a desterrar a Pedro el Grande y sacarlo, literalmente, de su vista, cueste lo que cueste, con crisis global y todo. Han considerado trozarlo en pedacitos, dinamitarlo, regalarlo, rifarlo. Treinta y tres millones de dólares les cuesta el desplazamiento, pero están decididos a salir de él.

Estamos a tiempo, señoras y señores. Tal vez no podamos arreglar muchas cosas, pero a este señor podríamos impedirle que se levantara. Que se quede para siempre en piezas, pasto del salitre y el sol tropical, desvaneciéndose sobre la tierra como suelen desvanecerse todos los mortales.

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