miércoles, 27 de abril de 2011

Buenas maestras del mundo, saluden



En la foto, Gisela (QEPD), junto a Fermín Segarra Cordero, quien hoy es violinista de la Orquesta Sinfónica de la Escuela Libre de Música.

Sofía Irene Cardona

A Gisela García Casillas (1973-2005)


En muchas ocasiones comparto mi entusiasmo por las clases grupales de violín que toma mi hija Irene en el Conservatorio de Música de Puerto Rico, en particular cuando la conversación llega al tema de la falta de esperanza, la necesidad de compromiso, la educación de las nuevas generaciones. Yo les cuento de una maestra muy especial de mi hija Irene, Gisela García Casillas. Su rigor, su alegría, su compromiso, son ejemplares. Más de una vez he hablado de esta experiencia para demostrar que no todo está perdido; hay modestos proyectos que poco a poco sostienen el espíritu de este país.

Hace unas semanas, mientras la maestra convalecía de una operación, se me ocurrió escribir este pequeño homenaje. Como sucede a menudo, nunca pude compartir este escrito: el pasado jueves 24 de marzo Gisela murió súbitamente a los treintidós años, salvándose de una dolorosa agonía y sumiéndonos a todos en una tremenda pena.


Hay personas que son de veras un regalo para el mundo. Llegan sin avisar, cuando nadie los espera, envueltos en cintas y colores brillantes, sospechosamente abultados y graciosamente dedicados a nuestra felicidad. Son personas que nos sorprenden con el encanto de su buena mano para cosernos una herida, con la elegancia de su perfil, con su magnífica voz. A veces no son curanderos ni actores ni cantantes, a veces son algo más próximo o doméstico: un buen cocinero, una secretaria diligente, una ingeniosa maestra de violín. Conviene recordar este dato tan evidente.

He tenido la suerte de encontrarme últimamente muchos de estos regalos, pero sin duda el más sorpresivo, la más envuelta en cintas, la más brillante y (esto le hará mucha gracia) la más abultada y graciosamente dedicada, es la magnífica Gisela.
Gisela es maestra de violín del Programa Suzuki en el Conservatorio de Música de Puerto Rico. Parece un ser inventado especialmente para encantar a mi hija Irene y su amigo Sebastián: irónica, dramática, talentosa y sabia, no los chiquitea jamás. Es rigurosa y los hace trabajar muchísimo, pero sabe bien cómo hacerlos reir, cómo hacerlos sentir poderosos. Es la maestra que quisiéramos para nuestros hijos en todas las materias. Es un regalo, sin duda.

Los padres tenemos la fortuna de estar obligados a asistir a su clase grupal. Llega Gisela con sus motetes, los niños se alínean para que les afine el violín; ella trajina mientras nos distrae con sus comentarios irónicos, divertidos, algunos destinados a los niños, otros destinados a los padres. Una vez preparados los instrumentos, acomodados los niños, se para frente a ellos con el violín bajo el brazo, los revisa a todos con una mirada silenciosa que simula ser severa: tuerce los ojos para aquí, tuerce los ojos para allá, disimula una sonrisa bajo su pretendida gravedad, arregla la colocación de algún alumno, vuelve a su lugar, toma aire y se inclina: saluden: todos se han inclinado simultáneamente, saludan. Se colocan en posición para tocar: el violín sobre el hombro izquierdo, la cabeza un poco ladeada, el arco sobre las cuerdas, la mirada expectante. Gisela vuelve a tomar aire y comienza la introducción de la pieza en su violín. A un gesto de la maestra los niños aspiran al unísono y comienzan a tocar. Suena un minuet de Bach.

Mi hija de siete años está entre los niños. La veo de espaldas, muy erguida junto a los otros, la mirada concentrada en Gisela; parece que un hilo los mueve a todos a la vez. Mi niña es un arquero dispuesto a embestir contra cualquier calamidad. Los observo, los escucho y siento que el mundo se salva por un instante.

Gisela se sonrojará con este escrito y pensará que escribo esto porque tengo miedo de perderla, porque está muy enferma y la echamos de menos. La verdad es que lo escribo porque quisiera que otros se contagiaran con sus virtudes. Confío en que si aplaudimos suficientemente su ejemplo, tal vez alguna joven talentosa, aún vacilante, decida por fin dedicarse a la enseñanza. Clamo por ellas. Porque si es cierto que quiero para mi hija lo mejor, quiero entonces para ella una legión de Giselas que la instruyan y le demuestren cómo la belleza de lo que hacemos puede servir de antídoto para cualquier hecatombe.

Si Gisela supiera que cuando leo sobre las terribles miserias, las tristes fatalidades y las tremebundas crisis que nos asolan por todos lados, su recuerdo frente a los niños, violines al hombro, inclinadas las cabezas y los arcos dispuestos a tocar, me salva de todo pesimismo. Y ya saben, para como están las cosas, la esperanza es la locura más necesaria de los tiempos.
Así de poderosa es una buena maestra. He dicho. Buenas maestras del mundo, saluden.

1 comentario:

José A. García-Torres dijo...

Ahora, Fermín Segarra Cordero es violinista miembro de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico...para orgullo de todos.