martes, 26 de abril de 2011

¿Cómo se venga una muerte? Preguntas de después de otra marcha



Mari Mari Narváez

Hablo de ese vacío, esa impotencia, su humillación incorporada y, ante todo, esa pregunta incisiva que se repite, que ataca y ataca y ataca, que se multiplica adentro en la ampliación imaginaria de una escena atroz y bella.

Se sale a la calle (a la calle Chardón) y se escucha esa máxima como si fuera un consuelo: esa de que su muerte será vengada. Cuántas muertes, me pregunto. La venganza no cabe en los corazones de los verdaderos revolucionarios. Y revolucionarias. Queda la oración incierta, queda la ambigüedad de la palabra, si será literal, simbólica o hasta literaria. O pura retórica de piquete.

¿Cómo se venga una muerte? ¿Con un arma que me lleve directamente a un calabozo del Patriot Act? Si es así, tengo que practicar bastante el tiro al blanco, no vaya a ser que me encierren sin siquiera haber rozado al guardia, Capitán. ¿O debe ser un agente, un juez, un marino, algún jefe de algo? ¿Cerraré los ojos cuando dispare? ¿Qué hago con el temblor en las manos? ¿A dónde debo dirigir el tiro? ¿Cómo huyo de la escena, dónde me escondo? ¿Qué hago entonces con mi vida? ¿Espero mi arresto?
¿O se venga una muerte escribiendo? Entre tanta letra que circula por el mundo, ¿hará eso alguna diferencia? ¿Qué se escribe para vengar una muerte? ¿Se escribe de nuestra condición, de uno, dos, cinco, cientos de asesinatos, de una emboscada y su ilegalidad? ¿Se envía un e-mail que solicite su propia continuidad en cadena? “Si usted no reenvía este mail, no tiene corazón”, puedo ponerle en el subject. ¿Y luego qué?

Tal vez sea mejor luchar, esa cosa tan abstracta. ¿Y cómo lucho? ¿Yendo junto a los compañeros y las compañeras a todas las marchas que convoquen, pegando stickers, reuniéndome? ¿Acudo a convencer a alguien en algún residencial, en alguna urbanización, en alguna escuela? Yo nunca he convencido a nadie de nada, ni siquiera a mí misma de muchas cosas de las que me gustaría convencerme, pero, digamos que lo logro en alguna instancia. ¿Qué les digo entonces que hagan? Los convenzo, ¿y qué les pido? ¿Que también acudan a una marcha, al piquete, a la vigilia? ¿Que se miren y se vuelvan a saludar y griten consignas entre sí? Que casi se vuelvan una familia infinita de tanta compartidera y de tanta marchadera y de tanto acto de solidaridad. Que miren los periódicos y se quejen de todo antes de irse a la cama. ¿Y luego de la última marcha qué? ¿Nos tomamos unas cervezas y comemos algo?

Qué se hace cuando se está muy tranquila, muy moderada, muy ponderada; cuando se es una más y se quiere ser una más y, de repente, te declaran una guerra; una guerra que siempre fue de tus padres y sus amigos. Aparte de acudir a la protesta y volver a llorar y tomarse unas cervezas con los amigos ¿qué se hace con aquel llanto imprevisto sobre una lozeta, con el llanto nuevo de Sara Marina, a quien ya le declararon también su guerra; con el llanto de todos y de todas cuando el doctor, allí frente a la Corte Federal dijo que el Comandante Ojeda murió desangrado?

¿Cómo se venga una muerte? ¿Qué se hace? ¿Sigue una montada en su 4 x 4 yendo de tienda en tienda? ¿Le tira el auto al primer transeúnte que se acerque? ¿Lo quema en un acto de indignación, en una respuesta a la gran provocación de la vida? ¿Dejas de pagarlo todo, de limpiarlo todo, de escribirlo todo y te declaras combatiente enemiga? ¿Gritas un poco en el piquete, te subes a un árbol, te amarras ahí y manifiestas así tu cansancio, tu locura, manifiestas así tu rebelión? Tu famosa, tu histórica, tu cíclica rebelión.

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