lunes, 21 de junio de 2010

La manzana, la tablita y las caídas


Sofía Irene Cardona

“¿Estamos genéticamente programados para el habla y desenvolvimiento ilimitado de la inteligencia tecnocientífica, como descubrió Chomsky, pero tenemos irremediablemente atrofiados, salvo en casos, personas y momentos excepcionales, las facultades que nos permitirían vivir en un mundo de mayor equidad y justicia?”
Juan Goytisolo, “En el V Centenario de la Celestina”
Cogitus interruptus, 1999


Otro trabajador melancólico se precipita. Allá va. Cae inerte sobre el suelo como fruta madura y su muerte resuena alrededor del globo. En Foxconn, una fábrica taiwanesa de aparatos electrónicos que emplea 400,000 trabajadores residentes, se han sucedido trece intentos de suicidio que han dejado el saldo de once muertos y dos hombres gravemente heridos en los últimos cinco meses. Los suicidas tenían menos de veinticinco años, poco más o menos la misma edad de los jóvenes huelguistas puertorriqueños de este verano del veinte diez.

El asunto es que Foxconn, ubicada en lo que fuera hace veinte años una aldea de pescadores, y hoy, una ciudad de catorce millones de habitantes al sur de China, ensambla todo tipo de aparatos electrónicos para Dell, Hewlett Packard, Acer y, principalmente, Apple. Valga decir que, a pesar de los exiguos salarios de $132 mensuales que reciben los obreros, el presidente de la compañía, Terry Gou, es el tercer hombre más rico de Taiwan, con una fortuna de seis mil millones de dólares.

Se ha revelado que en esta fábrica se hacen turnos de doce horas diarias bajo estricta disciplina, que auditores han encontrado violaciones a las leyes de labor infantil, récords falsificados y fallas en el manejo de desperdicios contaminantes, que sólo los trabajadores que producen para Apple tienen derecho a una banqueta, mientras los demás deben trabajar de pie. Algunos empleados se han quejado de malos tratos, palizas con barras de hierro y latigazos. También se informa que la policía china ha hecho silenciar a quienes han tratado de investigar el asunto de primera mano. Para colmo de visos novelescos, uno de los suicidas fue el joven Sun Danyang, el ingeniero que informó la pérdida de uno de los dieciséis prototipos del nuevo iPhone G4, como parte de una trama digna de un guión hollywoodense con interrogatorios intimidantes, registros ilegales y otras peripecias por el estilo.

La historia se publica en medio del furor del estreno europeo del futurístico iPad y el portento sale a la luz manchado de sudor y lágrimas chinas. Mientras millones de consumidores de todo el mundo hacían fiesta con el nuevo juguete, una tablita que recuerda las primitivas páginas de cera, chinos melancólicos y desesperados se lanzaban al vacío desde las azoteas de la fábrica. Un escándalo mediático, pues, ha orlado de primitiva sangre al glamoroso mundo tecnológico diseñado en California, pero made in China. Lo sentimos mucho, el mundo es uno solo, aunque a veces no lo parezca.

Para prevenir más suicidos y peores escándalos, la firma taiwanesa ha contratado dos mil cantantes, bailarinas y entrenadores de gimnasia. Mientras tanto, y por si acaso, han puesto una red alrededor de los edificios, para evitar suicidios desde las azoteas, contrataron dos mil psicólogos y, de paso, last but not least, han aumentado el salario dos veces en siete días, hasta 70%. A ver si mitigan la dureza del trabajo, sin reducir la productividad y, sobre todo, las ganancias.

Con todo, el presidente de la Apple, Steve Jobs, al otro lado del globo, no cree que se trate de una fábrica en la que se exploten a los obreros, nononó, porque hay tiendas, restaurantes, cines y piscinas olímpicas. Eso ha dicho. “Para una fábrica, está muy bien,” sentencia sonriente y aliviado por el aspecto civilizado de las facilidades. Y yo me pregunto si Jobs de verdad cree que una banqueta para descansar la espalda a lo largo de diez horas de minuciosa labor, bajo la supervisión de un tiránico capataz, es suficiente mejoría de condiciones de trabajo.

Una de las fotos de Foxconn que circulan en la prensa muestra un salón atestado de disciplinados trabajadores uniformados de verde pálido. En una de las líneas, una joven obrera echa una cabezadita sobre la mesa de trabajo, no sabemos si en acto de rebeldía o por razones reglamentarias. Echo de menos en la imagen los omnipresentes audífonos, una musiquita que por favor sosiegue el abatido ánimo de esa muchachita rendida.

¿En qué pensarán los obreros chinos durante su jornada? ¿En bailarinas, cables, peces de colores? Después de tanta fanfarria, tanto botón y pantalla, tanto brinco conceptual, cable y enchufe, se preguntarán ellos dónde, o dónde, estará el futuro que les habían prometido. En el resto del mundo, sólo verán los maravillosos juguetes que salen de sus manos y parecerán modernos sobando la pantalla, dibujando el espejismo de una civilización todavía imposible.

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