jueves, 11 de noviembre de 2010

El extraño caso de una reinvención


Sofía Irene Cardona

Cansada de dar orejitas gratis a las atribuladas esposas de los colegas de su marido, Colette Young, decidió montar un negocio. Armada de la fuerza de cara imprescindible para estos embelecos y veinte años de experiencia como consorte de un alto ejecutivo de la Dr. Pepper, fundó la empresa “ExecuMate”, dedicada a la preparación de “perfectos cónyuges” de ejecutivos. Vamos, se reinventó, pero, como verán, no demasiado.

Colette se propuso aconsejar, a cambio de un módico precio, a las esposas de mandamases sobre cómo bregar con el ajetreo y las presiones del exigente mundo empresarial. ¿Cómo permitir que el patrono de su marido sea el verdadero dueño del hogar, el indisputado señor mandón de todas las vidas? La nueva empresaria encontró las respuestas, las empaquetó con virtuales cintas de colores y se lanzó al mundo a buscar fortuna. Para sorpresa de muchos, en plena crisis, todo le fue viento en popa. El negocio resultó tan exitoso que poco después la noticia de la gesta de Colette le había dado la vuelta al mundo en los principales diarios del globo, ávidos por noticias de esta naturaleza. Con esto de la crisis, llegan a la prensa las más peregrinas historias de ciudadanos emprendedores, obstinados sobrevivientes de la catástrofe económica que insisten en reinventarse. En contadas y célebres ocasiones, las más disparatadas iniciativas llevan a estupendos resultados como los que obtuvo Colette con Execumate, para fortuna de los reinventados y consuelo momentáneo del resto de los agobiados del mundo.

Cuando supe de este asunto, me soprendió enterarme de que, a estas alturas, existiera gente que pagara hasta $300 la hora para que le dijeran cómo vestirse y comportarse en público. Colette aconseja a las esposas cómo sobrevivir el ajetreo y las presiones del ámbito del traqueteo mercantil, que, como sabemos, es cada vez más dueño de las vidas de los mortales, de una u otra forma. Pero lo que me dejó verdaderamente lela fue enterarme de que existían compañías dispuestas a pagarle $15,000 a Colette por un contrato de consejería a largo plazo y, de esta forma, garantizar la armonía matrimonial de sus empleados.

Imagínense ustedes la situación. Al día siguiente de una aburridísima cena de negocios, un Altísimo Señor reclama la presencia en su oficina de su Todavía Alto Subalterno y le despepita:

- Sr. Todavía Importante, esa esposa suya va siempre hecha una birria. Necesita que alguien la instruya en las artes de la selección de vestuario. Además, si quiere usted progresar en esta compañía, su doña tiene que aprender a obsequiar mejor a los clientes en su casa. ¡Y tendrá que redecorar! Tome esta tarjeta y dígale a Colette que viene de nuestra parte.

Y es que Colette sabe lo difícil que es armonizar la vida familiar con una carrera existosa (la del marido, no la de ella). Según el reportaje, desde que se casó hace veinte años, se ha mudado varias veces por el trabajo de su marido, a Polonia, Chicago, Minneapolis y Dallas. Que conste que al casarse tenía estudios de posgrado en música y consejería. Por lo visto, no contaba con que sería algún día la esposa de un señor exitoso pero tenía dotes naturales y, sobre todo, mucha iniciativa.

Lo notaron sus amigas, bueno, las respectivas consortes de los colegas de su marido, que acudían a ella en búsqueda de útiles orejitas para la feliz sobrevivencia matrimonial y empresarial. Al parecer, en algún momento se dio cuenta de que aquellos favores merecían muy bien una renumeración; es más, eran un capital que ella debía explotar.

Resulta inquietante que como prueba de su eficencia, no cita en su página web a una clienta satisfecha, a la esposa de algún ejecutivo, sino a un tal Peter Pérez que testimonia haber experimentado personalmente la fortuna de tener, gracias a Execumate, una “capable corporate wife”, es decir, según él, una esposa que va más allá de ser solidaria y se convierte en parte del equipo. Valga apuntar, sin embargo, que Colette aclara que no sólo asiste a mujeres-consortes, también tiene clientes varones: aconseja a ejecutivos y directivos sobre cómo encontrar a la mujer ideal para entender su particular modo de vida.

Escrito está: “no es bueno que el hombre esté solo”. Los empleados felices son más eficientes, dice Colette para venderles sus seminarios a las autoridades corporativas. Algo así decían los lecheros de las vacas contentas.

Rebuscando por ahí sobre este tema, me topé con una encuesta, aparecida el 24 de octubre de 1964 en el periódico argentino “La Nación”, titulada “¿Podría ser usted la esposa ideal de un ejecutivo?”

La premisa del encuestador debía ser la misma que animó medio siglo después la filosofía de ExecuMate: “Se ha entendido que una esposa poco social, de desagradable trato, o poco comprensiva hacia los problemas e inquietudes de su esposo, puede convertirse en potencial enemigo de la empresa en la cual el esposo trabaja.” Una esposa inadecuada es, por lo tanto, un saboteador en potencia de la vaca contenta.

Así pues, la encuesta pregunta si la esposa es impertinente (si lo aburre con nimiedades domésticas u ofrece su opinión sin que se le pregunte), antisocial (si está siempre dispuesta a recibir sus “amigos” en la casa, sin previo aviso, y “organizar, en forma simple e inmediata, y sin mal humor, una buena comida y una reunión agradable”), si cuida “su elegancia y buen gusto en el arreglo personal cuando debe alternar con relaciones de su esposo”, si acepta su falta de atenciones, si es controladora y celosa, si “se pone bonita y trata de atraer a su esposo con cariño y dulzura cada vez que éste vuelve de sus ocupaciones” y, finalmente, si le manifiesta al esposo “admiración y reconocimento por sus esfuerzos y sacrificios.” Más claro no canta un gallo.

Tentada de saber si yo cualificaba para consorte de poderoso tomé el quiz y, aunque maticé algunas premisas y contesté aproximadamente, obtuve, no sé si para mi alivio o decepción, una puntuación muy baja. A quien saca altas puntuaciones, el artículo la felicita y propone como “esposa ideal de un ejecutivo, vale decir, hasta del presidente de un país”. A quien lo hace más o menos, le da alguna esperanza de redención: habrá que esforzarse, le dice. A las fracasadas como yo, nos propone trabajar en los cambios y nos recomienda que, por nuestro bien y el del futuro de la empresa en cuestión, procuremos no elegir por esposo a un ejecutivo.

Esto era en 1964. Actualmente, ya se sabe, no tendríamos problemas, las incapaces sólo tendríamos que contratar a Colette por $300. A cambio de esta módica suma podríamos conseguir las condiciones necesarias para pasearnos glamorosamente por los estrechos y aromáticos pasillos del dominio empresarial. En todo caso, si las lecciones no fueran suficientes, siempre nos queda la opción de comprarle a Colette una franquicia y abrir por ahí alguna sucursal. Sería casi como reinventarnos, muchachas.

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